EL PAÍS accede a los estudios forenses de los cinco civiles que murieron a manos de militares. La Fiscalía concluyó que sus heridas eran “consistentes” con el informe del teniente, versión cuestionada por el video de las ejecuciones
Por: El País / Autor: Pablo Ferri
Las necropsias de los cinco civiles muertos a manos de militares en mayo en Nuevo Laredo ofrecen una visión novedosa de los hechos, información que se suma al video de lo ocurrido y a las declaraciones de los militares implicados, información que EL PAÍS ha dado a conocer estas semanas. Los estudios forenses y de mecánica de lesiones, parte del expediente de la Fiscalía General de la República (FGR), al que este diario ha tenido acceso, muestran que los civiles recibieron en total 14 balazos. Cuatro de los cinco murieron por las balas, uno de ellos en el hospital. El quinto, herido por los disparos también, murió de las lesiones que le provocó el choque de la camioneta en que viajaban.
Aunque los hechos datan del 18 de mayo, el caso saltó a la prensa el 6 de junio, cuando este diario divulgó el video de una cámara de seguridad de un supermercado, en que militares aparecían disparando aparentemente contra los cinco hombres, desarmados, sometidos, colocados contra un muro. Los hombres, supuestos integrantes de un grupo criminal, viajaban a bordo de una camioneta negra que había chocado minutos antes contra el muro del supermercado. Los militares sacaron armas y equipo táctico del vehículo, incluido un rifle Barrett, calibre .50.
Pese a la crudeza del video, en que se observa al menos a tres militares disparar contra los cinco hombres sometidos, los estudios de mecánica de lesiones de la Fiscalía concluyen indistintamente que las heridas que presentaban los cadáveres son “consecuentes” con el relato de lo sucedido que dio el militar al mando del operativo, el teniente José Luis N. En el informe que rindió a la FGR sobre los hechos el mismo 18 de mayo, el teniente señalaba que los cinco hombres habían muerto porque compañeros de ellos, en un intento de rescate, les dispararon.
Además del video, el mero hecho de que los cinco civiles sufrieron heridas por arma de fuego y los militares que estaban allí, a metros de ellos, salieran ilesos, resulta sospechoso. Si los rescatistas tenían un enemigo claro, los soldados, ¿cómo es posible que ninguno sufriera herida alguna y, en cambio, los civiles se llevaran uno, dos y hasta cuatro balazos cada uno? Algunas de las heridas de los civiles parecen difíciles de cuadrar, además, en el relato del teniente, caso de Jorge Antonio Colector Pineda, de 32 años, que recibió un solo balazo en la cúpula del cráneo, la parte de arriba de la cabeza.
El expediente arroja algo de información sobre los cinco muertos. El más joven tenía 23 años y el mayor, 37. Uno, Clinton Alex Bucha, el que murió en el hospital, era hondureño y vivía en Nuevo Laredo con su pareja, originaria de Veracruz. El resto eran mexicanos, dos de Nuevo Laredo, uno de Veracruz y otro de Guerrero. Todos habían cubierto buena parte de su piel con tatuajes, muchas santas muertes, calaveras, hojas de marihuana, pero también relojes y nombres propios. En algunos casos, los familiares que acudieron a reclamar sus cuerpos dan algún detalle de sus vidas.
Es el caso de José Ángel Moreno Pool, de 27 años, originario de Nuevo Laredo. Su madre, Ayde Pool, acudió a la FGR a preguntar por su hijo, horas después de que empezaran a trascender noticias de la balacera. Ese día, cuenta ella, andaban justo comprando en el supermercado junto al que su hijo moriría horas más tarde. La mujer dice que al terminar de comprar se fueron, y que, poco después, un sobrino le llamó y le dijo que había habido una balacera justo allí y que, al parecer, había heridos. “Él andaba trabajando con la delincuencia”, decía la mujer sobre su hijo. La familia volvió al supermercado, pero los militares ya no les dejaron pasar. Podían ver a los cinco a lo lejos. “Nos dimos cuenta de que unos aún estaban vivos”, contaba.
Era la parte final de un día complicado. A la hora de comer, militares habían empezado a perseguir la camioneta negra en la que iba su hijo, por el sur de Nuevo Laredo. Según el relato de algunos de los soldados, testimonios que este diario ha publicado esta semana, la persecución inició porque la camioneta negra, cuando los vio, aceleró y trató de huir. Otros señalan que escucharon “detonaciones” antes incluso de que empezara la persecución. Fuera como fuera, la persecución acabó minutos después, cuando la camioneta cruzó la mediana de la avenida Prolongación Monterrey y se empotró en el muro trasero del supermercado.
Tras el choque, los militares sacaron a los cinco hombres del vehículo, los desarmaron, y luego los golpearon y sometieron. Moreno Pool fue el que peor parado salió del golpe. Según la necropsia, el joven sufrió un “traumatismo craneoencefálico”, con “coágulos y un edema de tejido encefálico”. El joven sufrió además una contusión en la parte derecha del pecho, que le fracturó una costilla y le provocó un hemotórax, una acumulación de sangre entre la pared torácica y el pulmón derecho. Uno de los militares, el sargento A. L., le vendó la cabeza cuando lo sacaron del coche.
Con Moreno Pool y el resto sometidos, inició el extraño episodio del rescate. A unos 200 metros al norte de ellos, supuestos integrantes del mismo grupo criminal se enfrentaron a una parte de los militares, que daban seguridad a sus compañeros del lado norte. Aparentemente, algunos de los balazos de la refriega alcanzaron el escenario de la camioneta chocada. Según el teniente José Luis N, esos balazos impactaron en los cinco hombres, acabando con la vida de cuatro. También le dieron a Moreno Pool, en el pulgar derecho y el dedo medio izquierdo. El video muestra, sin embargo, que los militares disparan contra los cinco.
Los estudios de necropsia no permiten sacar conclusiones sobre quiénes y desde dónde les dispararon. El forense que firma los informes señala en todos los casos que los disparos se realizaron a “larga distancia”, aunque no determina cuánto es eso: ¿cinco metros, diez, 200? La mayor parte de las heridas de bala ocurrieron además por disparos realizados de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Aunque hay heridas únicas, como la de Colector Pineda, que recibió un solo balazo en la cúpula del cráneo. La bala atravesó su cuerpo hasta el tórax y le provocó un taponamiento cardiaco, una compresión en el corazón ocasionada por la acumulación de líquido en el saco que rodea al músculo.
Clinton Alex Bucha fue el otro de los cinco que también recibió un balazo en la cabeza, en este caso en la región occipital, encima de la nuca. Bucha recibió tres balazos más: uno en el hombro derecho, que salió por la axila, con trayectoria de arriba a abajo; otro en la lumbar, que salió por la cadera derecha, con trayectoria de atrás adelante e izquierda a derecha. Y uno más en el pie derecho, que entró por el empeine y salió por el lateral, con trayectoria de izquierda a derecha y arriba a abajo.
Los cuerpos de algunos de ellos muestran heridas de bala aparentemente disparadas desde distintos lugares. Es el caso de José Isabel Rivera, el más joven de todos, que contaba 23 años y era de Veracruz. Rivera recibió dos balazos, los dos bajo el pecho derecho, pero con trayectorias distintas. La primera bala salió por la cervical y la segunda por la cadera. Rivera y otro de los cinco, el mayor, Edgar Chavarría, de 37 años y oriundo de Nuevo Laredo, dieron positivo al estudio de rodizonato de sodio, que refleja la presencia de plomo y bario en la piel, esto es, si han estado cerca de armas de fuego al momento de disparar. El hallazgo puede implicar que ellos disparasen armas o que se disparasen armas cerca suyo.